SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN : LA ENCARNACIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN : LA ENCARNACIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

LA ANUNCIACIÓNSe llama «anunciación» a la visita del Arcángel Gabriel, enviado por Dios a la Virgen María para pedirle que sea la Madre del Verbo por la gracia del Espíritu Santo. Ella, conciente de su dignidad y al mismo tiempo su pequeñez, consintió entregándose sin reservas a la voluntad de Dios. El «Sí» de María Santísima abre el camino a la Encarnación que ocurre en ese momento. En ese instante el Verbo se hizo carne. Dios eterno vino a habitar en ella asumiendo la naturaleza humana.

Celebramos la Anunciación el 25 de Marzo por ser 9 meses antes de la Navidad (Nacimiento del Señor)

Debió narrar la escena la misma María a san Lucas, el evangelista que la refiere en momento de intimidad.

Así fue como lo dijo Gabriel: «»Salve, llena de gracia, el Señor es contigo»». Aquel doncel refulgente, hecho de claridad celeste, debió conmoverla; por eso intervino «»No temas, María, porque has hallado gracia ante de Dios; concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo a quien pon-drás por nombre Jesús. Éste será grande: se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará por los siglos sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin»». La objeción la puso María con toda claridad: «»¿Cómo será esto, pues no conozco varón?»» No hacía falta que se entendiera todo; sólo era precisa la disposición interior. «»El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá será llamado santo, Hijo de Dios»».

Luego vino la comunicación del milagro operado en la anciana y estéril Isabel que gesta en su sexto mes, porque «»para Dios ninguna cosa es imposible»».

Fiesta de Jesús que se encarnó -que no es ponerse rojo, sino que tomó carne y alma de hombre-; el Verbo eterno entró en ese momento histórico y en ese lugar geográfico determinado, ocultando su inmensidad.

Fiesta de la Virgen, que fue la que dijo «»Hágase en mí según tu palabra»». El «»sí»» de Santa María al irrepetible prodigio trascendental que depende de su aceptación, porque Dios no quiere hacerse hombre sin que su madre humana acepte libremente la maternidad.

Fiesta de los hombres por la solución del problema mayor. La humanidad, tan habituada a la larguísima serie de claudicaciones, cobardías, blasfemias, suciedad, idolatría, pecado y lodo donde se suelen revolcar los hombres, esperaba anhelante el aplastamiento de la cabeza de la serpiente.

Los retazos esperanzados de los profetas en la lenta y secular espera habían dejado de ser promesa y olían ya a cumplimiento al concebir del Espíritu Santo, justo nueve meses antes de la Navidad.

El día de la Anunciación el Verbo se hizo carne; La Segunda Persona de la Trinidad asumió la naturaleza humana y comenzó a vivir en el vientre de María Santísima.

Recordamos la anunciación:
-Rezando el Angelus, al mediodía.
-Rezando el primer misterio gozoso del Rosario
-Celebrando el día del niño por nacer.

Gracias al «sí» de Cristo y de María, Dios pudo asumir un rostro de hombre
Benedicto XVI, 25 marzo 2007

Queridos hermanos y hermanas:

El 25 de marzo se celebra la solemnidad de la Anunciación de la Virgen María. Este año, coincide con un domingo de Cuaresma y por este motivo se celebrará mañana. De todos modos, quisiera detenerme a reflexionar sobre este estupendo misterio de la fe, que contemplamos cada día al rezar el Angelus.

La Anunciación, narrada al inicio del Evangelio de san Lucas, es un acontecimiento humilde, escondido –nadie lo vio, sólo lo presenció María–, pero al mismo tiempo decisivo para la historia de la humanidad. Cuando la Virgen pronunció su «sí» al anuncio del ángel, Jesús fue concebido y con Él comenzó la nueva era de la historia, que después sería sancionada en la Pascua como «nueva y eterna Alianza».

En realidad, el «sí» de María es el reflejo perfecto del «sí» de Cristo, cuando entró en el mundo, como escribe la Carta a los Hebreos interpretando el Salmo 39: «¡He aquí que vengo – pues de mí está escrito en el rollo del libro – a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (10, 7). La obediencia del Hijo se refleja en la obediencia de la Madre y de este modo, gracias al encuentro de estos dos «síes», Dios ha podido asumir un rostro de hombre. Por este motivo la Anunciación es también una fiesta cristológica, pues celebra un misterio central de Cristo: su Encarnación.

«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». La respuesta de María al ángel continúa en la Iglesia, llamada a hacer presente a Cristo en la historia, ofreciendo su propia disponibilidad para que Dios siga visitando a la humanidad con su misericordia.

El «sí» de Jesús y de María se renueva de este modo en el «sí» de los santos, especialmente de los mártires, que son asesinados a causa del Evangelio. Lo subrayo recordando que ayer, 24 de marzo, aniversario del asesinato de monseñor Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, se celebró la Jornada de Oración y de Ayuno por los Misioneros Mártires: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, asesinados en el cumplimiento de su misión de evangelización y de promoción humana. Ellos, los misioneros mártires, como dice el tema de este año, son «esperanza para el mundo», pues testimonian que el amor de Cristo es más fuerte que la violencia y el odio. No han buscado el martirio, pero han estado dispuestos a dar la vida para ser fieles al Evangelio. El martirio cristiano sólo se justifica como supremo acto de amor a Dios y a los hermanos.

En este período de Cuaresma contemplamos más frecuentemente a la Virgen que en el Calvario sella el «sí» pronunciado en Nazaret. Unida a Jesús, testigo del amor del Padre, María vivió el martirio del alma. Invoquemos con confianza su intercesión para que la Iglesia, fiel a su misión, dé al mundo entero testimonio valiente del amor de Dios.