LA CARNE Y SUS TENTACIONES

La carne es uno de los tres enemigos que más atormentan al alma. Los otros, como bien saben, son el propio demonio con sus huestes y ataques espirituales y el mundo con sus presiones sociales, acontecimientos inesperados y personas de mala voluntad.

Sin embargo, del demonio uno puede librarse por la oración y permaneciendo en estado de gracia, esto es, sin pecado mortal, del mundo uno puede llegar a aislarse, al menos momentáneamente en determinadas ocasiones, para recuperar fuerzas si uno se ve sobresaturado, pero de la carne, la tenemos las 24h con nosotros, y nos atacará cuando menos lo esperemos.

Por eso, a parte de la oración y  los sacramentos, debemos emplear todos los medios posibles para someter la carne a nuestra voluntad para que así no ande desbocada y en un instante de descuido nos haga perder lo más valioso que es nuestra relación con Dios y hacernos reos del infierno.

Estos medios, son las mortificaciones. Esto puede sonar algo duro, pero si realmente quieren vencer en esta guerra, no pueden pelear con «balas de fogueo».

¿A que nos referimos con mortificaciones? Pues precisamente privar al cuerpo de todo lo ilícito y aun también de muchas cosas lícitas, así como obligarse a uno mismo a hacer aquello lícito que le desagrada.

Ejemplos de mortificaciones que suelen ir muy bien a la mayoría de la gente: Hacer ayuno una vez a la semana a pan y agua, ducharse en agua fría, obligarse a dejar de comer aquellas comidas que nos encantan y comer otras que gusten menos o no gusten, usar un cilicio unas horas al día, privarse de la comodidad del colchón durmiendo alguna vez en el suelo, etc… o cualquier cosa que se le ocurra que pueda ayudarle en su caso concreto, ya que cada persona es diferente y tiene hábitos diferentes. Lo importante es buscar aquello por medio de lo cual ejercitarse en la renuncia, que cueste hacerlo y que se haga por amor a Dios. Puede ser algo paulatino, desde pequeñas cosas, hasta grandes sacrificios.

Si se ejercitan en la mortificación, verán cómo podrá vencer más fácilmente los impulsos de la carne.

Pero tengan en cuenta una cosa importante, la mortificación y todos sus esfuerzos no servirán de nada si no huyen de las ocasiones próximas a pecar.

¿Qué significa esto? Que si el hecho de estar en un lugar determinado le incita a pecar,  no debe ir a ese sitio. Si una persona determinada le mueve a pecar, debe dejar el trato con esa persona, o al menos, tratar de minimizarlo lo máximo posible si no es viable romperlo por completo. Si vestir de una determinada manera, le hace pecar, deje esas prendas en el armario o bien deshágase de ellas, etc…

En otras palabras, analicen en su vida cuales son las situaciones en las que suelen pecar, detecten las circunstancias propicias, y cuando en su vida normal, vean que se da alguna de ellas, huyan antes incluso de que surja la propia tentación. ¡Esto no es de cobardes! Ya que es precisamente una estrategia del enemigo el que nos sobreestimemos y pensemos que después de un tiempo largo de mortificaciones somos capaces de resistir con nuestras propias fuerzas. Sucederá, cuando menos lo esperemos, que estaremos más “bajos de forma” de lo normal, se dará la ocasión propicia para el diablo, atacará más fuerte que nunca y terminaremos cometiendo un pecado si cabe peor que aquel que anteriormente nos esclavizaba, ya que el ataque será más violento. Así que en la guerra contra la carne, más vale huir que pecar.

Cuando tengan una tentación, pidan inmediatamente ayuda a Jesús y a María. Piensen que si pecan se hacen reos del infierno, y que una confesión sin verdadera contrición es nula, y puede llegar a constituir sacrilegio si uno abusa de la misericordia de Dios como pretexto para pecar.

Les recomendamos asimismo, que cultiven su vida de oración y acudan asiduamente a recibir los Sacramentos de la confesión y eucaristía. Recuerden que el Santísimo Sacramento del Altar, es el Trono de Dios en la tierra presente en cada sagrario. Valoren este regalo de poder ponernos en su presencia aun en esta vida mortal, y pasen muchas horas de rodillas ante al Santisimo ofreciendo al Señor sus vidas y pidiéndole de corazón conocer su voluntad.