EL SECRETO ADMIRABLE DEL SANTO ROSARIO (19) – CUARTA DECENA – Rosas 33 Y 34

Excelencia del Santo Rosario demostrada por las maravillas que Dios ha hecho en su favor.

33a Rosa

101) Predicando Santo Domingo el Rosario cerca de Carcasona, le llevaron un hereje albigense poseso; el Santo le exorcizó en presencia de una gran muchedumbre; se cree que le escuchaban más de doce mil hombres. Los demonios que poseían a este miserable estaban obligados a responder, a su pesar, a las preguntas del Santo, que les hizo decir:
1) Que eran quince mil los que había en el cuerpo de aquel miserable, porque había atacado los quince misterios del Rosario.
2) Que con el Rosario, que él predicaba, llevaba el terror y el espanto a todo el infierno, y que era el hombre que más odiaban en todo el mundo a causa de las almas que les quitaba con la devoción del Rosario.
3) Revelaron otra porción de particularidades.
Santo Domingo arrojó su Rosario al cuello del poseso y les preguntó a cuál de los santos del cielo temían más y cuál debía ser más amado y honrado por los hombres. A esta pregunta prorrumpieron en gritos tan espantosos que la mayor parte del auditorio cayó en tierra sobrecogida de espanto. Entonces los espíritus malignos, para no responder, lloraban y se lamentaban de un modo tan lastimero y conmovedor que muchos de los asistentes,
movidos por natural piedad, lloraban también. Los demonios decían por boca del poseso con voz lastimera: «¡Domingo! ¡Domingo! ¡Ten piedad de nosotros! ¡Te prometemos no hacerte daño! Tú que tienes compasión de los pecadores y miserables, ¡ten piedad de nosotros! ¡Mira cuánto padecemos! ¿Por qué te complaces en aumentar nuestras penas? ¡Conténtate con las que ya padecemos! ¡Misericordia! ¡Misericordia! ¡Misericordia!»

102) El Santo, sin inmutarse por las dolientes palabras de estos desgraciados espíritus, les respondió que no cesaría de atormentarles hasta que hubieran respondido a la pregunta. Dijeron los demonios que contestarían, pero en secreto y al oído y no delante de todos. Insistió el Santo, ordenándoles que hablasen muy alto. Los diablos no quisieron decir palabra a pesar de la orden que les había dado. Entonces el Santo, puesto de rodillas, hizo a la Santísima Virgen esta oración: «O excellentissima Virgo Maria, per virtutem psalterii et rosarii tui, compelle hos humani generis hostes questioni meae satisfacere.» «Oh excelentísima Virgen María, por la virtud de tu salterio
y Rosario, ordena a estos enemigos del género humano que contesten a mi pregunta.» Hecha esta oración, una llama ardiente sale de  las orejas, la nariz y la boca del poseso y hace temblar a todos, pero a nadie hace mal. Entonces los diablos exclamaron: «Domingo, te rogamos, por la pasión de Jesucristo y por los méritos de su santa Madre y los de todos los santos, que nos permitas salir de este cuerpo sin decir nada, porque los ángeles cuando tú quieras te lo revelarán. Nosotros somos embusteros. ¿Por qué quieres creernos? No nos atormentes más, ten piedad de nosotros.» «Desgraciados sois» dice Santo Domingo, y, arrodillándose, dirigió esta oración a la Santísima Virgen: «O Mater sapientiae dignissima et de cujus salutatione quomodo illa fieri debeat jam edoctus est populus; pro salute populi circumstantis rogo: Coge hosce tuos adversarios, ut plenam et sinceram veritatem palam hic profiteantur» (1). Apenas había terminado esta oración, cuando vio cerca de él a la Santísima Virgen, rodeada de una multitud de ángeles, que con una varilla de oro que tenía en la mano golpeaba al endemoniado, diciéndole: «Contesta a la
pregunta de mi servidor Domingo.» Hay que advertir que el pueblo no veía ni oía a la Santísima Virgen, sino solamente Santo Domingo.

104) «¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh ruina y confusión nuestra! ¿Por qué viniste del cielo a atormentarnos en forma tan cruel? ¿Será preciso que por ti, ¡oh abogada de los pecadores, a quienes sacas del infierno; oh camino seguro del cielo!, seamos obligados -a pesar nuestro- a confesar delante de todos lo que es causa de nuestra confusión y ruina? ¡Ay de nosotros! ¡Maldición a nuestros príncipes de las tinieblas! ¡Oíd, pues, cristianos! Esta Madre de Cristo es
omnipotente, y puede impedir que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como un sol, disipa las tinieblas de nuestras astutas maquinaciones. Descubre nuestras intrigas, rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras tentaciones. Nos vemos obligados a confesar que ninguno que persevere en su servicio se condena con nosotros. Un solo suspiro que Ella presente a la Santísima Trinidad vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los
santos. La tememos más que a todos los bienaventurados juntos y nada podemos contra sus fieles servidores.
Tened también en cuenta que muchos cristianos que la invocan al morir y que deberían condenarse, según las leyes ordinarias, se salvan gracias a su intercesión. ¡Ah! Si esta Marieta -así la llamaban en su furia- no se hubiera opuesto a nuestros designios y esfuerzos, ¡hace tiempo habríamos derribado y destruido a la Iglesia y precipitado en el error y la infidelidad a todas sus jerarquías! Tenemos que añadir, con mayor claridad y precisión -obligados por la
violencia que nos hacen- que nadie que persevere en el rezo del Rosario se condenará. Porque Ella obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los pecados, para que los confiesen y alcancen el perdón e indulgencia de ellos.» Entonces Santo Domingo hizo rezar el Rosario a todo el pueblo muy lenta y devotamente, y a cada avemaría que el santo y el pueblo rezaban -¡cosa sorprendente!- salían del cuerpo de este desgraciado una gran multitud de demonios  en forma de carbones encendidos. Y cuando salieron todos los demonios y el hereje se vio  completamente libre, la Santísima Virgen dio, aunque invisiblemente, su bendición a todo el pueblo, que con ello experimentó sensiblemente gran alegría. Este milagro fue causa de la conversión de gran número de herejes, que incluso se inscribieron en la Cofradía del Santo Rosario.

34a Rosa

105) ¿Quién podrá contar las victorias que Simón, conde de Montfort, ganó a los albigenses bajo la protección de Nuestra Señora del Rosario?: fueron tan notables que jamás ha visto el mundo cosa parecida. Con quinientos hombres desbarató un ejército de diez mil herejes. Otra vez con treinta venció a tres mil. Después, con mil infantes y ochocientos de caballería, hizo pedazos el ejército del rey de Aragón, compuesto de cien mil hombres, perdiendo solamente ocho soldados de infantería y uno de caballería.

 106) ¡De cuántos peligros libró la Santísima Virgen a Alano de Lanvallay, caballero bretón que combatía por la fe contra los albigenses! Un día que se hallaba rodeado por todas partes de enemigos, la Santísima Virgen lanzó contra ellos ciento cincuenta piedras y le libró de sus manos. Otro día en que había naufragado su navío y estaba ya próximo a sumergirse, esta bonísima Madre hizo emerger ciento cincuenta colinas, por encima de las cuales llegó a Bretaña; y en memoria de los milagros que había hecho en su favor la Santísima Virgen, como recompensa del Rosario que diariamente le rezaba, fundó en Dinan un convento para religiosos de Santo Domingo y, después de hacerse él mismo religioso, murió santamente en Orleans.

107) Otero, soldado bretón de Vaucouleurs, hizo huir compañías enteras de herejes y de ladrones con su Rosario y con la espada al brazo. Sus enemigos, después de vencidos, le aseguraron haber visto resplandecer su espada, y una vez en su brazo un escudo que tenía pintadas las imágenes de Jesucristo, la Santísima Virgen y los santos, que le hacían invencible y le daban fuerza para atacar. En cierta ocasión, con diez compañías venció a veinte mil herejes sin perder ninguno de sus soldados, lo que impresionó de tal modo al general del ejército enemigo, que fue a ver a Otero,
abjuró de sus herejías y declaró que le había  visto cubierto de armas de fuego durante el combate.

Extraido de “El Secreto Admirable del Santo Rosario” de San Luis Grignon de Montfort (Descargar libro completo)