EL SECRETO ADMIRABLE DEL SANTO ROSARIO (23) – QUINTA DECENA – Rosa 41

Quinta decena: De cómo debe rezarse el Rosario.

41a Rosa
 
116) No es la duración, sino el fervor de nuestras oraciones lo que agrada a Dios y le gana el corazón. Una sola avemaría bien dicha tiene más mérito que ciento cincuenta mal dichas. Casi todos los católicos rezan el Rosario, al menos una parte o algunas decenas de avemarías. ¿Por qué, pues, hay tan pocos que se enmienden de  sus pecados y adelanten en la virtud, sino porque no hacen las oraciones como es debido?

117) Veamos, pues, el modo de rezar para agradar a Dios y hacernos santos. En principo, es preciso que la persona que reza el Santo Rosario se halle en estado de gracia o al menos resuelta a salir del pecado, pues la teología nos enseña que las oraciones y buenas obras hechas en pecado mortal son obras muertas que no pueden ser agradables a Dios ni merecer la vida eterna. En este sentido está escrito: «Non est speciosa laus in ore peccatoris» (1). Ni la alabanza, ni la salutación angélica, ni aun la oración enseñada por Jesucristo son agradables a Dios cuando salen de la boca de un pecador impenitente: «Populus hic labiis me honorat, cor autem eorum longe est a me» (2). Esas personas que ingresan en mis cofradías, dice Jesucristo, y rezan todos los días el Rosario o una parte de él sin contrición alguna de sus pecados, me honran con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí. He dicho «o al menos resuelta a salir del pecado»:

1) Porque si fuera necesario estar absolutamente en gracia de Dios para hacer oraciones que le fuesen agradables, se seguiría que los que están en pecado mortal no deberían rezar, a pesar de que tienen más necesidad de ello que los justos; y por tanto, no debería aconsejarse nunca a un pecador que rezase el Rosario, ni una parte de él, porque le sería inútil, lo cual es un error condenado por la Iglesia.

2) Porque si con voluntad de permanecer en el pecado y sin intención alguna de salir de él se inscribiese en una cofradía de la Santísima Virgen, o rezase el Rosario, o una parte de él, u otra oración, se haría del número de los falsos devotos de la Santísima Virgen y de los devotos presuntuosos e impenitentes que bajo el manto de la Santísima Virgen, con el escapulario sobre su cuerpo y el Rosario en la mano, gritan: «¡Santa y bondadosa Virgen, Dios te salve, María!» y no obstante crucifican y desgarran cruelmente a Jesucristo con sus pecados y caen para su desgracia de las más santas cofradías de la Santísima Virgen a las llamas del infierno.

118) Aconsejamos el Santo Rosario a todos: a los justos, para perseverar y crecer en gracia de Dios, y a los pecadores, para salir de sus pecados. Pero no agrada ni puede agradar a Dios que exhortemos a un pecador a hacer del manto de protección de la Santísima Virgen un manto de condenación para ocultar sus crímenes y cambiar  el Rosario, que es el remedio de todos los males, en veneno mortal y funesto. «Corruptio optimi pessima.» Es necesario ser ángel de pureza, dice el sabio Cardenal Hugo, para acercarse a la Santísima Virgen y rezar la salutación angélica. Ella hizo que un impúdico que rezaba, por regla general diariamente, el Rosario pudiera ver hermosos frutos en un vaso manchado de inmundicias; y como se sintiera él horrorizado, le dijo la Señora: «He ahí como me sirves: me presentas rosas bellísimas en un vaso sucio y corrompido. Juzga si pueden resultarme agradables.»

Extraido de “El Secreto Admirable del Santo Rosario” de San Luis Grignon de Montfort (Descargar libro completo)